Sunday, February 16, 2014

Bolivia vive un año en el que llovió más del triple de lo normal

Lluvias extraordinarias. Ese es el sello que marca esta temporada de precipitaciones en el país y que se prolongará hasta fines de marzo o principios de abril. Y es que ahora llueve más agua en menos tiempo de lo normal, al punto de que hay casos, como el de Cochabamba, el norte de La Paz y Rurrenabaque, donde se registraron entre 800 y 1.000 litros por metro cuadrado, cuando lo habitual es de apenas 300 litros.
A esto se suma la deforestación, el mal uso de los suelos agrícolas, el desmonte de las riberas de los ríos, la falta de obras hidráulicas en los afluentes y el incumplimiento de leyes y normas que protegen el medioambiente, principal regulador natural de estas lluvias.

A diferencia de otros años, este ciclo de lluvias se genera en la gran masa de humedad que proviene de la Amazonia y que al chocar con la Cordillera Oriental se transforma en lluvias, por lo que las zonas más afectadas por las precipitaciones están más próximas a la cordillera. Este no es el año de los fenómenos La Niña o El Niño, aclara Félix Trujillo, jefe de la unidad de Gestión de Riesgos del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología (Senamhi).
El experto asegura que cualquiera sea el fenómeno climatológico que afecte al país, en el caso de lluvias Beni siempre ha sido y será uno de los más afectados porque es parte de la cuenca baja del sistema amazónico, donde escurren todos los ríos.
Las aguas fluviales de Chuquisaca, Potosí, Cochabamba y Santa Cruz están desembocando en los ríos Mamoré y Beni, causando inundaciones. “Es necesario hacer obras de gran envergadura en esta región para prevenir los desastres, como se hizo con el defensivo alto que protege a Trinidad”, dice.
Trujillo cree que lo peor aún no ha pasado y que hay que esperar todavía las precipitaciones de lo que queda de febrero.

Suben los caudales
La intensidad de las lluvias también se tradujo en el nivel de los ríos, que en pocas horas elevaron sus caudales hasta en más del 100%. En Santa Cruz, según registros del Servicio de Reencauzamiento de Aguas del Río Piraí (Searpi), Entre 2000 y 2005, los promedios de lluvia estaban entre 80 y 100 litros por metro cuadrado; pero entre 2005 y 2013 la cantidad de precipitación superó los 150 litros por metro cuadrado. En 2014 está por encima de 180 litros.
El director de la institución, dependiente de la Gobernación cruceña, Luis Aguilera, advierte que después del ‘turbionazo’ que hubo en 1983, en el que el Piraí alcanzó los 16 metros, el nivel de las aguas de este río no subieron a más de cuatro metros.
Sin embargo, desde 2006 ya se empezaron a registrar niveles inusuales. En enero de ese año hubo una crecida de 6,5 metros en La Angostura. En febrero de 2010 se registró una crecida de 5,3 metros y en abril de 2013 llegó a los 5,2 metros. Lo grave del caso es que en apenas seis horas de lluvia el nivel del río subió de un metro a 5,2, dice Aguilera. Desde 2006 hubo 12 crecidas extraordinarias en los ríos Grande y Piraí. Después de la riada de 1983 se calculaba que el caudal (cantidad de agua que pasa por un punto) promedio del río Piraí sería de 3.400 metros cúbicos por segundo, pero este año se llegó a 3.550 metros cúbicos en La Angostura.

El Río Grande tuvo un comportamiento similar. En enero de 2007 su nivel llegó a 5,5 metros en Abapó, con un caudal de 8.696 metros cúbicos por segundo. En enero del año siguiente registró el mismo nivel, pero con un caudal de 9.239 metros cúbicos por segundo. Y en enero de este año, el nivel ascendió a 15,5 metros, cuando su promedio es de 7 a 8 metros.
En diciembre de 2012, el río Ichilo llegó a 13,3 metros y en enero de este año ascendió a 13,5, cuando el promedio es de 7. El río Yapacaní también marcó un histórico de 5,6 metros.

Otros males
Según Aguilera, la deforestación, el mal manejo de los suelos, la falta de acompañamiento a los procesos de erosión de la tierra y la invasión de las servidumbres de bosques protectores que sirven de freno ante los rebalses de los ríos son los principales factores que contribuyen a que los efectos de las lluvias se agraven.
“Al deforestar el ciclo hidrológico sale perjudicado y también se generan otros efectos, como las sequías, porque donde no hay árboles no hay humedad y, por lo tanto, el suelo se vuelve estéril”, explica. Con el desmonte, muchos troncos caen a los lechos de los ríos y van aguas abajo, donde se convierten en palizadas. Cuando llueve el río se va frenando por la palizada y empieza a desbordarse, entrando a áreas productivas.

El Gobierno habla de obras
El viceministro de Recursos Hídricos, Carlos Ortuño, destaca las obras hechas en los cauces de cinco ríos en Santa Cruz (Grande, Piraí, Chané, Surutú y Yapacaní), lo que ha permitido reducir el impacto de las inundaciones en el Norte Integrado, una de las zonas más productivas. En los trabajos participan la Gobernación cruceña, el Gobierno nacional, municipios e instituciones como Anapo. Según el director del Searpi, demandaron una inversión de 56,3 millones de dólares y han permitido recuperar 180.000 hectáreas productivas que hoy ya no son zonas ‘inundadizas’.

Aunque el viceministro dice que de la noche a la mañana no se puede cambiar el comportamiento de los ríos, asegura que con estas lluvias los efectos de las riadas hubiesen sido peor si no se hacían obras preventivas.
Ortuño reconoce que el caso de Beni “es muy complejo porque es la cuenca más baja” y que lo que se ha hecho por el momento son los anillos protectores, como el de Trinidad y en otras dos poblaciones, y que han dado buenos resultados.
Sin embargo, se está trabajando en un sistema de alerta temprana que demanda un proceso amplio con la toma de fotografías y estudios para determinar cuáles son las zonas rojas (donde no puede hacer asentamientos humanos), las naranjas, amarillas y verdes. “Esto nos permitirá hacer un ordenamiento del territorio para adaptar a la gente a los fenómenos cíclicos”, explica. La autoridad admite que las obras preventivas en los ríos demandan inversiones millonarias, pero que en apenas cinco años ya han dado resultados positivos.
Cabe recordar que durante las inundaciones de 2008 Bolivia tuvo que recibir ayuda internacional de Brasil, Perú, Chile y Venezuela

CASI EL 40% DE LOS MUNICIPIOS DEL PAÍS ESTÁN AFECTADOS POR LAS RIADAS, DESLIZAMIENTOS Y GRANIZADAS
De los 339 municipios del país, 130 están afectados por los fenómenos climatológicos, especialmente en Cochabamba, Chuquisaca, Beni, La Paz, Potosí y Santa Cruz.

No solo se trata de inundaciones y riadas, sino también de granizadas y vientos fuertes.
“Estamos hablando de casi la mitad del país. El Gobierno ya ha aprobado al menos unos cinco decretos para disponer de recursos ilimitados para enfrentar los desastres”, dice la diputada Betty Tejada.

Aunque recuerda que en la Cumbre G-77 más China, en junio de este año, se tocará el tema del calentamiento global, la asambleista reconoce que en el país las leyes han servido de poco.

“Tenemos una Ley de Medio Ambiente aprobada en 1992 y reglamentada tres años después, y aunque parezca increíble aún hoy muchos sectores ponen la excusa de que falta capacitación. Ya estamos casi con una norma veinteañera y lamentablemente nos sobran las leyes, pero no se ha generado una conciencia general para hacerle frente al cambio climático. Hay que tomar en serio este tema y no solo cada 5 de junio, Día del Medio Ambiente. En Bolivia nos olvidamos el resto del año”, reflexiona.


Según la Federación de Asociaciones de Municipios (FAM) de Bolivia, un 10% de los municipios afectados está incomunicado porque los caminos quedaron destruidos.

El impacto de las inundaciones en los cultivos es tal que un terreno afectado pierde al menos una campaña y si las aguas llegaron con troncos, palizadas y basura la recuperación del área afectada tardará más de un año, porque demanda una limpieza hasta con maquinaria pesada, explica el gerente de la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO), Edilberto Osinaga.

La CAO ha identificado la zona norte como la más afectada en Santa Cruz, aunque el daño no supera las 2.000 ha, de las 900.000 que tienen soya.

ANÁLISIS

Un manejo integral de las cuencas puede bajar los efectos
JORGE BELLOT - GEÓLOGO AMBIENTALISTA
Se requiere un manejo integral de cuencas que todavía no hacemos con gran magnitud en el país. Esto permitiría afrontar problemas ambientales en las cuencas de sus orígenes, beneficiando tanto al medioambiente como a la población de las cuencas y de las partes bajas o áreas de influencia.

Para hacer este manejo integral se requiere del análisis de toda la información de la cuenca: geología, suelos, vegetación, cuánta gente vive en la zona, de qué vive, cómo es la agricultura, la ganadería, si tenemos problemas naturales (como inundaciones, deslizamientos), quema de bosques y áreas de pastoreo.

Todo eso se debe analizar y a partir de ahí buscar soluciones. El manejo integral no solo nos permite disminuir los riesgos e impactos negativos, también brinda una serie de beneficios ambientales, sociales y económicos.

En La Paz ya se está tabajando en dos cuencas y en Potosí, en otras dos.

No solo la deforestación es un factor principal para que existan inundaciones, hay otros factores tanto naturales como antropogénicos. Entre los naturales están las fuertes pendientes, la baja capacidad de infiltración de los suelos, la alta velocidad del escurrimiento superficial y la frecuencia de los fenómenos naturales. Entre los factores inducidos o provocados por las personas están la quema indiscriminada de la vegetación, el sobrepastoreo, prácticas agrícolas inadecuadas y otros. También es necesario concienciar a toda la gente que vive en la cuenca para cambiar sus hábitos.

No se deberían permitir asentamientos humanos en áreas de influencia de la cuenca en la parte baja.

No hay esta planificación, cualquier persona hace su casa en las márgenes del río

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