Sunday, July 6, 2014

Cuatro meses sin privacidad y con pocos víveres en refugios del Beni

“Infierno, eso es lo que vivimos todo este tiempo”, resume con amargura Rolando Méndez, una de las víctimas de las inundaciones en Beni.

Fue infierno porque él y su familia, junto con centenares de damnificados, vivieron fuera de su casa por casi cuatro meses, en campamentos y carpas donde el calor alcanzaba fácilmente los 40 grados centígrados... es como vivir en una casa en la que bolsas plásticas reemplazan a las paredes.

Fue un infierno porque dejaron de trabajar con normalidad. Enfermaron al vivir a la intemperie. Los víveres solo llegaron a un principio. Sus bienes se redujeron a casi nada, los perdieron el día en que los ríos desbordaron por las lluvias y destruyeron todo a su paso. Hubo olvido de las autoridades que llenaron de promesas y el cumplimiento aún no se concretiza.

Al menos 2.200 personas vivieron en esas condiciones, en 42 campamentos para refugiados.

El Defensor del Pueblo, en Beni, Crisanto Melgar Souza, denunció que el tema tuvo ribetes políticos entre las dos fuerzas en el Beni: el Movimiento Al Socialismo y Primero el Beni. Cada grupo diseñó su propio plan de recuperación de las zonas afectadas. Cada sector evaluó de distinta forma los efectos del desastre y asignó recursos. Pero en medio de la disputa quedaron los refugiados.

Rolando Méndez y 37 familias más vivieron por meses en la calle, en el campamento 27 de Mayo, en la avenida del mismo nombre, en Trinidad. Fue uno de los 6 refugios habilitados. La segunda semana de junio empezó la operación retorno a casa, con nuevas esperanzas y viejos enseres. Hoy solo algunas familias quedan en las carpas.

En el refugio perdieron su derecho a la privacidad. Los vecinos conocían las penas y alegrías, así como los conflictos de todos.

La representante de uno de los tres bloques del campamento 27 de Mayo, en Trinidad, Marioli Pérez, cuenta que le apenó conocer la realidad de varias familias y comprobar el maltrato físico que sufre la mujer. “De las carpas salían pedidos de auxilio. El esposo llegaba borracho ofendía a la pareja, la golpeaba, incluyendo a hijos”. También vio a madres maltratar a sus niños. En varios casos se necesitó intervención policial.

Como las carpas están lado a lado y apenas una lona separa una de la otra, las conversaciones o discusiones eran del común.

Pese a todo aprendieron a comprenderse, a convivir y ser tolerantes. “Y cuando llegaban los pocos víveres se repartía por igual. Había que cuidar que nadie se lleve más o menos”, dice.

Marioli permaneció con sus dos hijos, dos hermanos y sobrinos en una carpa.

En tanto que María Isabel Tuco, del mismo campamento, estaba extenuada. “La carpa es muy caliente, los chicos hacen bulla, se escucha peleas entre familias o con los vecinos... quiero irme a casa” era el pedido.

INUNDACIONES Beni sufrió la mayor inundación de su historia. Llovió desde febrero hasta mediados de marzo. Al menos 36 mil familias quedaron afectadas y 26 personas perdieron la vida. Las lluvias azotaron a la región, los ríos se desbordaron, destruyeron casas, caminos y se llevaron las ilusiones de los benianos. Muchos están conscientes que es consecuencia del calentamiento global, de la deforestación, del cambio climático. Pero la Universidad Autónoma del Beni asegura que también es efecto de la construcción de dos represas hidroeléctricas brasileñas.



SITUACIÓN En junio, las calles y casas están anegadas, pese al tiempo transcurrido. Las bombas para expulsar el barro y habilitar las zonas afectadas fueron insuficientes.

Llegar hasta el campamento 27 de Mayo representó recorrer calles de tierra sorteando en motocicleta los enormes hoyos. La avenida se ha dividido en tres bloques para albergar a los del barrio Recreo, Juan Ignacio Muiba y Villa Marín.

Allí algunas veces compartieron hasta de unos pocos kilos de arroz porque la dotación era tan ínfima que había que distribuir de manera equitativa para ser justos en la adversidad.

“EL AGUA NOS HA SACADO” Rolando Méndez está en el bloque 2.  Es de noche. Con el dorso descubierto se identifica como trinitario, vecino del barrio El Recreo, donde hace tres años compró un lote con su sueldo de artesano, oficio que continúa ejerciendo aunque de manera irregular. Construyó una modesta casa precaria que ya no está porque el espeso barro la tumbó.

Cuenta que nunca antes Trinidad sufrió tanto como este año. Recuerda cómo el agua sobrepasó el anillo de protección e ingresó silenciosamente hasta su vivienda. Su esposa, Deysi Cuéllar, sus hijos Daniel y Rolando viven el trauma.

Al ver que el agua subía tomaron la determinación de abandonar su hogar llevando solo atados de ropa. “Me estremece mi cuerpo recordar”, dice ella. A la una de la mañana grupos voluntarios de ayuda les llevaron con rumbo desconocido. Llegaron a un colegio, pero a la semana fueron desalojados.

Los colchones se empiezan a romper por la humedad. “Defensa Civil se burló de nosotros. Nos trajeron un pollo para 18 personas, un kilo de arroz para 14 días, harina, azúcar, 2 litros de aceite y 2 botellas de agua”, agrega.

El Defensor del Pueblo de Bolivia, Rolando Villena, denunció que la ayuda no llegó por igual y que hubo privilegiados por el Gobierno. "La entrega de donativos es desigual, insuficiente y desordenada", destacó en febrero, un comunicado de la Defensoría del Pueblo.

La Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados, dirigida por el MAS, convocó a Villena, para que demuestre que el Gobierno politizó la ayuda humanitaria.

Pero las últimas semanas a los refugiados no les llegó más víveres.

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