Cuando todo Beni se pinta de tragedia aparecen esas ayudas que no se miden en toneladas ni requieren actos de sacrificada entrega. Seres que resaltan la fortaleza de quien se pone en los zapatos de los otros y que con su ayuda impulsan el avance conjunto que vence las tragedias. Personas que encarnan la resiliencia para ellos mismos y para los demás.
La madre está sentada en la entrada de su carpa inundada, sus dos hijos comen de un plato y el padre está apoyado en un árbol con la mirada perdida. Todo es desolación, hasta que llega la joven que en los últimos días los estuvo visitando con nada más que buen humor. La familia cambia la cara. Los niños la ven y se apuran a sacar los dibujos que le hicieron, la madre acomoda sus cosas y el hombre recuerda dónde puede encontrar madera para su nuevo albergue. Es el impulso de un pequeño gesto humano.
Cuando todo Beni se pinta de tragedia aparecen esas ayudas que no se miden en toneladas ni requieren actos de sacrificada entrega. Seres que resaltan la fortaleza de quien se pone en los zapatos de los otros y que con su ayuda impulsan el avance conjunto que vence las tragedias. Personas que encarnan la resiliencia para ellos mismos y para los demás.
La madre está sentada en la entrada de su carpa inundada, sus dos hijos comen de un plato y el padre está apoyado en un árbol con la mirada perdida. Todo es desolación, hasta que llega la joven que en los últimos días los estuvo visitando con nada más que buen humor. La familia cambia la cara. Los niños la ven y se apuran a sacar los dibujos que le hicieron, la madre acomoda sus cosas y el hombre recuerda dónde puede encontrar madera para su nuevo albergue. Es el impulso de un pequeño gesto humano.
El doctor
Imberbe como todo indígena de la zona. De cara huesuda, ancha mandíbula y ojos achinados. El estetoscopio al cuello es parte de su identidad. Llegó el 26 de enero a Rurrenabaque, hace un mes, y ahora las autoridades le temen por la fuerza con la que pelea por sus pacientes. “Nadie se va hasta que esta niña esté a salvo”, encara al oficial que está a cargo del helicóptero que parte a Trinidad. La niña tiene una neumonía avanzada. y necesita ayuda especializada.
“Ahora la niña está fuera de peligro en un hospital de la capital”, cuenta, mientras prepara su bolso para ir rumbo a otro pueblo donde requieren de médicos voluntarios.
La vecina
Jueves 20 de febrero, cuando su barrio (y su casa) se hundían por la tormenta, ella, con barro en el rostro, cargaba bolsas de arena hacia el dique. “Perdí muchas de mis cosas, pero ayudé a salvar mi ciudad”.
Cinco días después ella está acampando al costado de la vía como muchos vecinos. Organiza las vigilias al anillo de contención, encara a las autoridades pidiendo lonas y comida para quien lo necesita y promociona las colectas para que la olla popular alcance para todos.
Hace tres días que tiene la tarea extra de recorrer el dique evitando que los hombres saquen los peces contaminados que llegan a la orilla. Es en extremo vivaz y energética; se presenta muy respetuosa porque sabe que “está hablando con gente que está pasando hambre”. Pero hasta con machete en mano enfrenta a los hombres que se niegan a escucharla e intentan vender ese pescado por el barrio. Mujer incansable, es casi imposible pasar por la zona sin verla alentando a los vecinos u organizando las tareas de reconstrucción del barrio.
El maestro
“Es difícil encontrarlo. Ahora está en la capital buscando material para improvisar una escuela, ya que “la de nuestra población está con más de un metro de agua dentro de las aulas”, afirma. Él es un profesor rural devenido en carpintero, asistente social y proveedor de la comunidad. Ya tiene organizado un sistema para que la mayoría de los más de 100 alumnos de la escuela mantengan el avance desde sus casas. Cada día hace varias rondas por el pueblo (en realidad por el refugio al que está reducido) entregando tareas y clases dentro de las carpas. Los padres le agradecen porque para ellos es un alivio tener a los niños ocupados y alejados de las aguas y de las enfermedades.
Ahora está terminando de construir una pequeña aula con la cooperación de varios padres del pueblo, que luego de volver de sus trabajos dedican algunas horas a serruchar y clavar.
La voluntaria
Es la preferida de los niños en varias comunidades de los alrededores de Trinidad. Consiguió que le faciliten un lugar donde alojarse con una fundación y desde entonces conversa con cualquier institución o partido que la pueda acercar a una comunidad. Allí llega con poco en las manos pero mucho en la sonrisa, entretiene a los niños y ayuda a que reciban atención.
Los niños la esperan, ella salta con ellos tomados de las manos. Mientras juegan, les explica los peligros de estar mucho tiempo mojados o cerca de las aguas. Cuando reciben sus medicinas, los distrae con fotos de la ciudad que les enseña en su celular. Con ella los niños hacen manualidades y aprenden cómo evitar los peligros.
El gringo
Como intérprete necesitó mucho más que traducir el lenguaje. “Tenía que hacerles entender a los médicos occidentales que ellos tenían sus formas y a los indígenas que nosotros teníamos curas seguras para algunos de sus males que podrían ser mortales”. Allí se encontraba este joven, muy lejos de casa, intercediendo por la vida en situaciones de muerte.
Así se vive el verdadero valor humano en medio del desastre. Momentos efímeros que trascienden en el prójimo como fuerza para que la vida siempre prevalezca
La vecina
Jueves 20 de febrero, cuando su barrio (y su casa) se hundían por la tormenta, ella, con barro en el rostro, cargaba bolsas de arena hacia el dique. “Perdí muchas de mis cosas, pero ayudé a salvar mi ciudad”.
Cinco días después ella está acampando al costado de la vía como muchos vecinos. Organiza las vigilias al anillo de contención, encara a las autoridades pidiendo lonas y comida para quien lo necesita y promociona las colectas para que la olla popular alcance para todos.
Hace tres días que tiene la tarea extra de recorrer el dique evitando que los hombres saquen los peces contaminados que llegan a la orilla. Es en extremo vivaz y energética; se presenta muy respetuosa porque sabe que “está hablando con gente que está pasando hambre”. Pero hasta con machete en mano enfrenta a los hombres que se niegan a escucharla e intentan vender ese pescado por el barrio. Mujer incansable, es casi imposible pasar por la zona sin verla alentando a los vecinos u organizando las tareas de reconstrucción del barrio.
El maestro
“Es difícil encontrarlo. Ahora está en la capital buscando material para improvisar una escuela, ya que “la de nuestra población está con más de un metro de agua dentro de las aulas”, afirma. Él es un profesor rural devenido en carpintero, asistente social y proveedor de la comunidad. Ya tiene organizado un sistema para que la mayoría de los más de 100 alumnos de la escuela mantengan el avance desde sus casas. Cada día hace varias rondas por el pueblo (en realidad por el refugio al que está reducido) entregando tareas y clases dentro de las carpas. Los padres le agradecen porque para ellos es un alivio tener a los niños ocupados y alejados de las aguas y de las enfermedades.
Ahora está terminando de construir una pequeña aula con la cooperación de varios padres del pueblo, que luego de volver de sus trabajos dedican algunas horas a serruchar y clavar.
La voluntaria
Es la preferida de los niños en varias comunidades de los alrededores de Trinidad. Consiguió que le faciliten un lugar donde alojarse con una fundación y desde entonces conversa con cualquier institución o partido que la pueda acercar a una comunidad. Allí llega con poco en las manos pero mucho en la sonrisa, entretiene a los niños y ayuda a que reciban atención.
Los niños la esperan, ella salta con ellos tomados de las manos. Mientras juegan, les explica los peligros de estar mucho tiempo mojados o cerca de las aguas. Cuando reciben sus medicinas, los distrae con fotos de la ciudad que les enseña en su celular. Con ella los niños hacen manualidades y aprenden cómo evitar los peligros.
El gringo
Como intérprete necesitó mucho más que traducir el lenguaje. “Tenía que hacerles entender a los médicos occidentales que ellos tenían sus formas y a los indígenas que nosotros teníamos curas seguras para algunos de sus males que podrían ser mortales”. Allí se encontraba este joven, muy lejos de casa, intercediendo por la vida en situaciones de muerte.
Así se vive el verdadero valor humano en medio del desastre. Momentos efímeros que trascienden en el prójimo como fuerza para que la vida siempre prevalezca
Imberbe como todo indígena de la zona. De cara huesuda, ancha mandíbula y ojos achinados. El estetoscopio al cuello es parte de su identidad. Llegó el 26 de enero a Rurrenabaque, hace un mes, y ahora las autoridades le temen por la fuerza con la que pelea por sus pacientes. “Nadie se va hasta que esta niña esté a salvo”, encara al oficial que está a cargo del helicóptero que parte a Trinidad. La niña tiene una neumonía avanzada. y necesita ayuda especializada.
“Ahora la niña está fuera de peligro en un hospital de la capital”, cuenta, mientras prepara su bolso para ir rumbo a otro pueblo donde requieren de médicos voluntarios.
Clave
Organizados para dar pelea en la emergencia
1. Los sindicatos de maestros urbanos de todo Beni están organizados y hacen llegar ayuda a los colegios que sirven de albergue.
2. El centro de salud de Puerto Almacén está bajo el agua hace un mes. Desde entonces los médicos atienden en carpas al costado del camino.
3. Son varias las empresas privadas y los trabajadores del campo que dispusieron máquinas para las labores de restauración y prevención.
4. El 20 de febrero los bomberos voluntarios de Beni recordaban su décimo aniversario. No fueron a su evento porque estaban ayudando.
5. Las ollas populares lograron opacar la falta de alimentos en los albergues. Vecinos salían de sus casas para compartir cenas y almuerzos.
No comments:
Post a Comment